Especialista y expositor internacional de cobranzas.
En un pueblo alejado de una provincia cercana
había una fábrica de muebles llamada GEPETTONE donde los productos pueden
abonarse por los compradores tanto de contado efectivo como con tarjeta de
débito, tarjeta de crédito y también en cuotas con una cuenta personal.
El criterio de otorgamiento de los créditos
para una cuenta personal era muy simple para ellos, porque Don Gepettone,
de casi 70 años de edad y 50 con el negocio, aprobaba todos los créditos
sólo si conocía al cliente y merecía su confianza. Si no, no daba
financiación.
En una oportunidad estaban instalando una
nueva panadería en el pueblo. El dueño era nuevo en esa comunidad y tenía
que amoblar su casa, era un muchacho llamado Pinocho y fue a comprar algunos
muebles para su hogar. Como no lo conocía, Don Gepettone no quería
financiarle, además no podía justificar ingresos aún, recién aparecía por el
pueblo. La respuesta fue no.
Ante la insistencia del muchacho y su
apariencia joven y confiable, la señora de Gepettone le dijo que podría ser
hijo de ellos por la edad y que tenía cara de bueno, hasta dijo “Mirá viejo,
así tan prolijito, hasta parece un muñequito” y sugirió que se lo otorgue el
crédito. Esta mujer fue como un hada para Pinocho.
Y Pinocho tuvo sus muebles, abrió la
panadería y empezó su nuevo emprendimiento.
La verdad era que la mercadería no era rica,
no estaba bien presentada y no vendió lo que esperaba. Conclusión, empezó a
estar en mora con el crédito de los muebles entre otras cuentas.
Claro, Don Gepettone empezó a llamarlo, a
visitar la panadería, y la respuesta de Pinocho era que “en la semana le
pagaba”, “en el siguiente fin de semana seguro”, “ahora vienen las fiestas
con los pan dulces le pago”, “ahora vienen pascuas con las roscas junto el
dinero y le pago”, siempre mentiras.
El pobre hombre, ya con edad avanzada y
algunos problemas de salud tuvo, de los nervios que le produjeron las
mentiras, un ataque al corazón y lo tuvieron que internar en el sanatorio
LABA-LLENA de la ciudad cercana.
La señora de Gepettone sorprendida,
angustiada, desilusionada se acercó a la panadería y le comentó a Pinocho
lo que pasó y le dijo cómo se sentía y que le había fallado a la confianza
que ella y solo ella, como si fuera un hada, había depositado en él y que
le pagó con mentiras y ahora estaba enfermo su marido por su culpa. Le dijo
que tenía que solucionar su problema rápido para que el marido se mejore.
Eso iba a ser conocido en el pueblo y podía ayudarlo si lo hacía o hundirlo
más si no lo hacía.
Pinocho se puso muy mal, comprendió la
situación y fue a visitar a Gepettone a pedirle disculpas.
Cuando estaba por entrar en la habitación del
mueblero, Pinocho se puso tan nervioso que le subió la presión y lo tuvieron que
internar también a él y como no había más camas lo internaron al lado de
Gepettone.
De a poco comenzaron a conversar. Intercambiaron
el pollo hervido con la compota de manzana y entablaron un vínculo que parecía
padre-hijo.
Gepettone le aconsejaba sobre cómo salir de la
situación, cómo vender mas en ese pueblo, cómo mejorar los productos y también
cómo conseguir dinero para pagar las deudas. En ese sentido le empezó a
preguntar sobre algún amigo de Pinocho, un familiar que pudiera sacar un crédito
y prestarle ese dinero y con eso saldar las cuentas y empezar de nuevo
generando ingresos y así devolverle mas tarde al familiar o al amigo que
seguramente lo iban a esperar para ayudarlo.
Pinocho recordó a un amigo de la infancia, José
Grillote y le escribió una carta ayudado por Gepettone. Grillote se acercó al
sanatorio y le dijo que le prestaba el dinero y que no necesitaba, por ahora,
que se lo devuelva. La alegría fue tal que se mejoraron ambos y salieron como
expulsados
del sanatorio LABA-LLENA.
A partir de ese gesto, Pinocho pagó su deuda, la
Sra. Gepettone lo perdonó y comenzaron un nuevo vínculo entre todos.