Cómo ganar amigos e influir sobre las personas
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UN BREVE CAMINO HACIA LA DISTINCIÓN por Lowell Thomas
Esta información biográfica acerca de Dale Carnegie fue escrita en la edición
original de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, como su
Introducción. La incorporamos al final de esta edición para brindar mayor
información acerca del autor.
Una fría noche de invierno, en enero de 1935, dos mil quinientos hombres y
mujeres llenaban el gran salón de baile del Hotel Pennsylvania, en Nueva York.
Todos los asientos disponibles estaban ocupados a las 19.30. Media hora después
seguía llegando la ansiosa muchedumbre. El espacioso palco estuvo pronto
repleto; más tarde, era difícil conseguir colocación de pie, y centenares de
personas, fatigadas de lidiar un día con sus negocios, se mantuvieron de pie una
hora y media aquella noche para presenciar... ¿qué?
¿Una exposición de modelos?
¿Una carrera de seis días en bicicleta o una presentación personal de Clark
Gable?
No. Esa gente había sido atraída por un anuncio periodístico. Dos noches antes
habían leído un ejemplar de The New York Sun y encontrado un anuncio a toda
página:
“Aprenda a hablar con efectividad Prepárese para dirigir”
¿Cosas ya sabidas? Sí, pero, créase o no, en la más moderna ciudad de la Tierra,
durante una crisis que había dejado a cargo de la ayuda oficial un veinte por
ciento de la población, dos mil quinientas personas dejaron sus casas y fueron
presurosamente al hotel en respuesta a ese anuncio.
Quienes respondieron fueron gentes de las capas económicas superiores: jefes de
empresas, patrones y profesionales.
Estos hombres y estas mujeres habían acudido a oír el cañonazo inicial de un
curso ultramoderno y ultrapráctico sobre "Cómo hablar en forma eficaz e influir
sobre los hombres en los negocios". curso organizado por el Instituto Dale
Carnegie de Comunicación Eficaz y Relaciones Humanas.
¿Por qué acudieron esos dos mil quinientos hombres y mujeres de negocios?
¿Debido a una repentina ansia por educarse, a causa de la crisis?
Aparentemente no, porque ese mismo curso se venía dictando, ante salas repletas,
en Nueva York, todas las temporadas desde hacía veinticuatro años. Durante ese
lapso, más de quince mil hombres de negocios y profesionales fueron preparados
por Dale Carnegie. Y hasta organizaciones tan grandes, tan escépticas y tan
conservadoras como la Westinghouse Electric & Manufacturing Company, McGraw-Hill
Publishing Company, Brooklyn Union Gas Company, la Cámara de Comercio de Brook
lyn, el Instituto de Ingenieros Electricistas y la New York Telephone Company,
han empleado a Carnegie para instruir a sus miembros y sus directores en las
oficinas de las mismas entidades.
El hecho de que estos hombres, diez o veinte años después de haber salido de sus
escuelas o colegios, acudan a recibir estas enseñanzas, constituye un decisivo
comentario con respecto a las sorprendentes fallas de nuestro sistema educativo.
¿Qué quieren estudiar los adultos? Se trata de una pregunta muy importante; y
con el fin de responderla, la Universidad de Chicago, la Asociación para la
Educación de Adultos y las Escuelas Unidas de la Asociación Cristiana de Jóvenes
efectuaron un estudio que duró dos años.
Esa indagación reveló que el interés primario de los adultos es la salud. Reveló
también que en segundo término está el interés por lograr habilidad en el trato
con los demás; los adultos quieren aprender la técnica de llevarse bien e
influir sobre las personas. No quieren ser oradores públicos; y no quieren
escuchar palabras rimbombantes sobre psicología: quieren indicaciones que les
sea posible emplear inmediatamente en los negocios, en los contactos sociales y
en el hogar.
-¿De modo que era eso lo que querían estudiar los adultos?
-Muy bien -dijeron quienes hacían la indagación-. Espléndido. Si quieren eso,
los haremos estudiar.
A la busca de un texto, descubrieron que jamás se había escrito un manual para
ayudar a la gente a resolver sus diarios problemas de las relaciones humanas.
¡Bonito estado de cosas! Durante centenares de años se habían escrito eruditos
volúmenes sobre griego y latín y matemáticas superiores, temas que no interesan
un pepino al adulto común. Pero en cuanto al único tema que despierta su sed de
conocimiento, que reclama guía y ayuda: ¡nada!
Esto explica la presencia de dos mil quinientos adultos en el gran salón de
baile del Hotel Pennsylvania en respuesta a un anuncio periodístico. Pues allí,
aparentemente, tenían por fin lo que buscaban con tanto afán.
En los lejanos tiempos de la escuela o del colegio habían leído y releído libro
tras libro, con la idea de que sólo el conocimiento era el "ábrete sésamo" para
obtener recompensas financieras y profesionales.
Pero unos pocos años en la brega de los negocios y la vida profesional les
causaron aguda decepción. Vieron que algunos de los mayores triunfos
correspondían, en la vida de los negocios, a hombres que además de sus
conocimientos poseían la capacidad de hablar bien, de conquistar gentes a su
manera de pensar, y de "vender" sus personalidades y sus ideas.
Pronto descubrieron que si se quiere ser capitán y dirigir la nave de los
negocios, la personalidad y la facilidad de palabra son más importantes que el
conocimiento de los verbos latinos o un diploma de Harvard.
El anuncio aparecido en The New York Sun prometía que la reunión en el Hotel
Pennsylvania sería sumamente entretenida. Lo fue.
Dieciocho personas que habían seguido el curso fueron presentadas ante el
altoparlante, y a quince de ellas se les dio precisamente setenta y cinco
segundos para que narraran sus experiencias. Sólo setenta y cinco segundos de
elocución; luego caía el martillo y el presidente gritaba: ¡Tiempo! ¡El
siguiente orador!
La función tuvo la velocidad de un rebaño de búfalos disparado por la llanura.
Los espectadores permanecieron allí una hora y media.
Los oradores eran una muestra cabal de la vida de los negocios en los Estados
Unidos: el director de una cadena de tiendas; un panadero; el presidente de una
asociación comercial; dos banqueros; un vendedor de camiones; un vendedor de
productos químicos; un corredor de seguros; el secretario de una asociación de
fabricantes de ladrillos; un contador; un dentista; un arquitecto; un vendedor
de whisky; un farmacéutico que había llegado de Indianápolis a Nueva York para
seguir el curso; un abogado venido de La Habana para prepararse con el fin de
pronunciar un importante discurso de tres minutos. El primer orador tenía el
gaélico nombre de Patrick J. O'Haire. Nacido en Irlanda, asistió a la escuela
durante cuatro años, emigró a los Estados Unidos, trabajó como mecánico y
después como chofer.
A los cuarenta años de edad, en aumento su familia, necesitaba más dinero; por
ese motivo trató de vender camiones automóviles. Afectado por un complejo de
inferioridad que, según sus palabras, le carcomía el corazón, tenía que pasar y
volver a pasar frente a una oficina media docena de veces hasta adquirir el
valor suficiente para abrir la puerta. Tan desalentado estaba por su actuación
como vendedor, que ya pensaba volver a trabajar con sus manos en un taller
mecánico, cuando un día recibió una carta en que se le invitaba a un mitin de
organización del Curso Dale Carnegie© sobre comunicación eficaz.
No quería ir. Temía verse fuera de su medio, encontrarse con una cantidad de
profesionales.
Su esposa, afligida, insistió en que fuera.
-Quizá te dé resultado, Pat -dijo-. Dios sabe que lo necesitas.
Fue, pues, al lugar donde se debía realizar la reunión, y durante cinco minutos
estuvo en la acera, antes de poder reunir la suficiente confianza en sí mismo
para entrar.
Las primeras veces que quiso hablar se mareaba de temor. Pero al pasar las
semanas perdió todo temor a los oyentes y pronto descubrió que le gustaba
hablar, y cuanto mayor público, tanto mejor. Y perdió también el temor a los
individuos. Perdió el temor a sus propios clientes. Sus ingresos aumentaron
enormemente. Hoy es uno de los mejores vendedores de la ciudad. Aquella noche en
el Hotel Pennsylvania, Patrick O'Haire se presentó ante dos mil quinientas
personas y narró una alegre, risueña relación de sus realizaciones. Ola tras ola
de risas sacudió al auditorio. Pocos oradores profesionales habrían igualado su
actuación.
El siguiente orador, Godfrey Meyer, era un canoso banquero, padre de siete
niños. La primera vez que intentó hablar enmudeció, literalmente, de pánico. Su
mente se rehusaba a funcionar. Su historia es claro ejemplo de cómo la dirección
de las cosas va a manos de los hombres que saben hablar.
Meyer trabajaba en Wall Street y desde hace veinticinco años vive en Clifton,
Nueva jersey. Durante ese lapso no tomó parte activa en los asuntos de la
comunidad y conoció, a lo sumo, a unas quinientas personas.
Poco después de inscribirse en el Curso Carnegie® recibió su cuenta de impuestos
y se enfureció al. ver tasas que consideraba injustas. Ordinariamente se hubiese
contentado con quedarse en casa y pasar allí su ira, o ir a comentar la
injusticia con sus vecinos. Pero en esta ocasión se puso el sombrero, fue a un
mitin ciudadano y dio cauce a su ira en público.
A raíz de esa elocuente muestra de indignación, los ciudadanos de Clifton lo
instaron a presentar su candidatura a concejal municipal. Durante varias semanas
fue Meyer de un mitin a otro, censurando los excesivos gastos municipales.
Había noventa y seis candidatos. Cuando se contaron los votos, el nombre de
Godfrey Meyer era el que estaba a la cabeza. Casi de la noche a la mañana se
había convertido en una figura pública entre las
cuarenta mil personas de la comunidad. Fruto de sus discursos y sus
conversaciones: conquistó en seis semanas ochenta veces más amigos que en los
veinticinco años anteriores.
Y su salario como concejal significaba un rendimiento de mil por ciento anual
con relación a su inversión en el Curso Dale Carnegie®
El tercer orador, jefe de una gran asociación nacional de fabricantes de
productos alimenticios, narró que en las reuniones del directorio había sido
incapaz de expresar sus ideas.
Como consecuencia de su aprendizaje ocurrieron dos cosas asombrosas. Muy pronto
fue elegido presidente de su asociación y, en tal carácter, se vio obligado a
dirigir la palabra en reuniones efectuadas en todo el país. Los cables de la
Associated Press transmitieron extractos de sus discursos, que fueron publicados
en diarios y en revistas del ramo de la nación entera.
En dos años, después de haber aprendido a hablar, recibió más publicidad
gratuita para su compañía y sus productos que la que había podido obtener
anteriormente a costa de doscientos cincuenta mil dólares de anuncios directos.
Este orador admitió que con anterioridad hasta vacilaba antes de hablar por
teléfono con algún jefe de empresa de Manhattan e invitarlo a almorzar con él.
Pero como resultado del prestigio logrado mediante sus discursos, esos mismos
jefes de empresa eran quienes le hablaban ahora, lo invitaban a almorzar y le
pedían disculpas por molestarlo.
La capacidad de hablar bien es el camino más breve hacia la distinción. Ella es
la que destaca a una persona, la hace sobresalir entre la multitud. Y el hombre
que puede hablar en forma aceptable es considerado dueño de cualidades ajenas a
las que posee en realidad.
Predomina hoy en los Estados Unidos un movimiento en favor de la educación de
los adultos; y la fuerza más espectacular en ese movimiento es Dale Carnegie® un
hombre que ha escuchado y criticado más discursos y conversaciones de adultos
que cualquier otro hombre en cautividad. Según un reciente dibujo de Ripley en
"Créase o no". ha hecho la crítica de 150.000 discursos. Si esta cifra no
impresiona al lector, recuerde que significa un discurso por cada día
transcurrido desde que Colón descubrió América. O, en otras palabras, si todas
las personas que han hablado ante Carnegie sólo hubiesen empleado tres minutos
cada una y se hubieran presentado ante él en orden sucesivo, se necesitaría un
año entero para escuchar a todas, sin descansar un minuto de la noche o del día.
La misma carrera de Dale Carnegie, llena de grandes contrastes, es un notable
ejemplo de lo que puede realizar un hombre cuando siente obsesión por una idea
original y le enciende el entusiasmo.
Nacido en una granja de Missouri, a diez millas de un ferrocarril, no vio un
tranvía hasta que tuvo doce años; pero hoy, a los 46, está familiarizado con
todos los extremos de la Tierra, desde Hong Kong hasta Hammerfest; y en una
ocasión estuvo más cerca del Polo Norte que lo que el cuartel general del
almirante Byrd, en Pequeña América, estuvo jamás del Polo Sur.
Este mozo de Missouri, que solía recoger fresas y cortar cizaña a razón dé cinco
centavos la hora, percibe ahora un dólar por minuto por adiestrar en el arte de
la autoexpresión a los dirigentes de grandes empresas.
Este vaquero de otrora, que arreaba ganado y marcaba terneros en el oeste de
Dakota del Sur, fue más tarde a Londres y organizó funciones teatrales bajo el
patrocinio de la familia real.
Este hombre, que fue un fracasado la primera docena de veces que trató de hablar
en público, se convirtió después en mi gerente general. Gran parte de mis
triunfos se han debido al. aprendizaje que realicé a las órdenes de Dale
Carnegie.
El joven Carnegie tuvo que luchar por conseguir una educación, porque la mala
suerte golpeaba sin cesar a las puertas de la vieja granja en el noroeste de
Missouri. Año tras año el Río 102 se salía de cauce y ahogaba el maíz y se
llevaba el heno. Una vez tras otra, los cerdos ya engordados enfermaban y morían
de cólera, desaparecía el mercado para las vacas y las mulas, y el banco
amenazaba con ejecutar la hipoteca.
Enferma de desaliento, la familia vendió la granja y compró otra, cerca del
Colegio de Maestros del Estado, en Warrensburg, Missouri. Podía conseguirse
alojamiento y comida en la ciudad a razón de un dólar por día; pero Carnegie no
tenía ese dinero. Por eso vivía en la granja e iba a caballo al colegio, en un
viaje de una legua todos los días. En la granja ordeñaba las vacas, cortaba
leña, alimentaba los cerdos, y estudiaba sus verbos latinos a la luz de una
lámpara primitiva hasta que se le nublaban los ojos y comenzaba a cabecear.
Y al irse a la cama, a medianoche, ponía el despertador para las tres de la
madrugada. Su padre criaba cerdos Duroc Jersey de pura raza, y durante las
noches más frías había peligro de que los lechones murieran helados. Para
impedirlo se los colocaba en un cesto, cubierto por una arpillera, y se los
dejaba junto a la cocina. Los lechones exigían alimento a las tres de la mañana.
Cuando sonaba el despertador, Dale Carnegie dejaba el abrigo de su cama, tomaba
el cesto y llevaba los lechones hasta las madres; esperaba a que mamaran y los
llevaba de vuelta a la tibieza de la cocina.
Había seiscientos estudiantes en el Colegio de Maestros del Estado; y Dale
Carnegie formaba parte de un aislado grupo de media docena de niños que no
tenían dinero para vivir en la ciudad. Estaba avergonzado de la pobreza que le
hacía necesario volver a la granja, a ordeñar vacas, todas las noches. Le
avergonzaba su ropa -pantalones demasiado cortos, chaqueta demasiado ajustada. A
medida que se desarrollaba rápidamente su complejo de inferioridad, buscaba
algún camino para distinguirse. Bien pronto vio que en el colegio había ciertos
estudiantes que gozaban de influencia y prestigio: los jugadores de fútbol y
béisbol y los que triunfaban en torneos de oratoria y de debates.
Como comprendió que no tenía facilidad para el deporte, decidió ganar uno de los
torneos de oratoria. Tardó meses en prepararse para ello. Practicaba mientras
galopaba a caballo de su casa al colegio y del colegio a su casa; practicaba
discursos mientras ordeñaba las vacas; y después subía a un fardo de heno en el
granero y con gran entusiasmo y muchos gestos arengaba a las asustadas palomas
acerca de la necesidad de contener la inmigración japonesa.
Mas, a pesar de todo este entusiasmo y de tantos preparativos, fue derrotado una
vez tras otra. Tenía entonces 18 años: era sensitivo y orgulloso. Tanto se
desalentó, quedó tan deprimido, que hasta pensó suicidarse. Y de pronto comenzó
a triunfar, no solamente en un torneo, sino en todos los torneos de oratoria.
del colegio.
Otros estudiantes le rogaron que los preparara; y también ellos triunfaron.
Terminados ya sus estudios, empezó a vender cursos por correspondencia a los
rancheros del oeste de Nebraska y del este de Wyoming.
A pesar de su energía y su entusiasmo sin límites, no pudo prosperar. Llegó a
tal punto su decepción, que fue a su cuarto en un hotel de Alliance, Nebraska,
en pleno día, se arrojó sobre la cama y lloró desesperado. Ansiaba volver al
colegio, anhelaba retirarse de la dura batalla de la vida; pero no podía.
Decidió entonces ir a Omaha y conseguirse otro empleo. No tenía dinero para el
pasaje ferroviario, y por ello viajó en un tren de carga, dando agua y forraje a
dos vagones de caballos a cambio de su pasaje. Llegado al sur de Omaha,
consiguió un empleo de vendedor de tocino, jamón y cecina para Armour y Cía. Le
asignaron un territorio difícil, entre la s Tierras Malas y las zonas de indios
y de hacendados en el oeste de Dakota del Sur. Recorría el territorio en trenes
de carga y en diligencias y a caballo, y dormía en hoteles primitivos donde la
única separación entre las habitaciones era un tabique de lona. Estudió libros
para viajantes de comercio, montó potros, jugó al póquer con hombres rudos, y
aprendió a cobrar las cuentas. Cuando algún tendero no le podía pagar en
efectivo el tocino y los jamones que había pedido, Dale Carnegie retiraba de los
estantes una docena de pares de zapatos, los vendía a los empleados ferroviarios
y entregaba el producto a la Armour y Cía.
A menudo tenía que viajar en tren de carga ciento cincuenta kilómetros por día.
Cuando el tren se detenía para descargar mercancías, Carnegie corría al centro
de la población, veía a tres o cuatro comerciantes, recibía sus pedidos; y
cuando sonaba el silbato de la locomotora corría calle abajo otra vez y subía al
tren ya en movimiento.
En menos de dos años convirtió a un territorio improductivo, que estaba en el
vigesimoquinto lugar de la lista, en el primero de todos los 29 que dependían de
la central de Omaha. Armour y Cía ofreció ascenderlo, diciéndole: "Usted ha
conseguido lo que parecía imposible”: Pero rechazó el aumento y renunció. Sí,
renunció, fue a Nueva York, estudió en la Academia de Artes Dramáticas y
recorrió el país haciendo el papel de Dr. Hartley en Polly la del Circo.
Jamás sería un Booth o un Barrymore. Tuvo sentido común para reconocerlo. De
modo que volvió a trabajar como vendedor, esta vez de camiones automóviles, para
la Packard Motor Car Company.
Nada sabía de mecánica, y nada le importaba de motores. Terriblemente
desgraciado, tenía que hostigarse todos los días para ir a trabajar. Anhelaba
tener tiempo para estudiar, para escribir los libros que allí, en el colegio,
había deseado escribir. Por eso renunció otra vez. Iba a pasar su tiempo
escribiendo cuentos y novelas, de día, y a ganarse el sustento como maestro en
alguna escuela nocturna.
¿Maestro de qué? Al recapacitar y valorar su actuación en el colegio advirtió
que su adiestramiento para hablar en público le había dado más confianza, valor,
soltura y capacidad para conversar y tratar con la gente de negocios, que todo
el resto de las asignaturas estudiadas. Por este motivo instó a las escuelas de
la Asociación Cristiana de jóvenes en Nueva York a que le dieran una oportunidad
para organizar cursos sobre oratoria para hombres de negocios.
¿Qué? ¿Convertir a los hombres de negocios en oradores? Absurdo. Ya lo sabían.
Habían hecho la prueba con estos recursos, y siempre fracasaba.
Cuando se negaron a pagarle el sueldo de dos dólares por noche que pedía
Carnegie, éste convino en enseñar a comisión, y percibir un porcentaje de los
beneficios netos, si es que se hacían beneficios. Y en menos de tres años le
pagaban treinta dólares por noche, sobre esta base, en lugar de dos.
El curso fue creciendo. Otras ramas de la Asociación oyeron hablar del caso;
después la voz se pasó a otras ciudades. Dale Carnegie se convirtió bien pronto
en un famoso profesor ambulante que cubría Nueva York, Filadelfia, Baltimore, y
más adelante Londres y París. Todos los textos eran demasiado académicos y poco
prácticos para los hombres de negocios que acudían a sus cursos. Intrépido como
siempre, se sentó a escribir uno que tituló “Cómo hablar bien en público e
influir en los hombres de negocios”. Este libro es ahora el texto oficial de
todas las escuelas de la Asociación Cristiana de jóvenes, así como de la
Asociación de Banqueros y de la Asociación Nacional de Hombres de Crédito.
Dale Carnegie sostiene que cualquier hombre puede hablar cuando se enoja. Dice
que si se derriba de un puñetazo en la mandíbula al hombre más ignorante de la
ciudad, se lo verá ponerse de pie y hablar con una elocuencia, un calor y un
vigor que rivalizarán con los mejores esfuerzos de William Jennings Bryan en sus
días famosos. Sostiene Carnegie que casi todas las personas pueden hablar
pasablemente en público si tienen confianza en sí mismos y hay una idea que
hierve en su interior.
La forma de lograr confianza en sí mismo, añade, es hacer lo que se teme hacer,
y reunir en este sentido una historia de experiencias felices. Por eso obliga a
cada alumno a hablar en todas las clases del curso. El
auditorio está lleno de simpatía por el orador. Todos están en el mismo aprieto;
y mediante una práctica constante todos logran la confianza, el valor y el
entusiasmo que han de hacer valer cuando hablen en privado.
Dale Carnegie dice que se ha ganado la vida en estos años, pero no como profesor
de oratoria pública: esto ha sido un incidente. Dice que su tarea principal ha
consistido en ayudar a los hombres a dominar sus temores y a desarrollar su
seguridad y su coraje.
Al principio empezó solamente con un curso de oratoria pública, pero los
estudiantes que lo seguían eran hombres de negocios. Muchos de ellos no habían
entrado en una aula durante treinta años. Muchos pagaban esa enseñanza por
cuotas. Querían resultados, y los querían rápidos: resultados que pudiesen
utilizar al día siguiente en sus entrevistas comerciales y al hablar ante grupos
de hombres de negocios.
Por esa razón Carnegie se vio obligado a ser veloz y práctico. De ello ha
surgido su sistema de enseñanza, que es único: una notable combinación de
oratoria en público, de capacidad como vendedor, de relaciones humanas y de
psicología aplicada.
Como no es un esclavo de ninguna regla inflexible, ha logrado presentar un curso
que es tan eficaz como la viruela, y mucho más divertido.
Cuando terminan las clases, los alumnos forman clubes y continúan reuniéndose en
ellos cada quince días, durante muchos años. Un grupo de diecinueve hombres de
Filadelfia se ha venido reuniendo dos veces por mes durante la época invernal
desde hace diecisiete años. Hay muchos hombres que viajan ochenta o cien
kilómetros en automóvil para asistir a las clases de Carnegie. Un estudiante
solía hacer todas las semanas, con ese fin, el viaje de Chicago a Nueva York.
El profesor William James, de la Universidad de Harvard, solía decir que la
persona común sólo desarrolla el diez por ciento de su capacidad mental latente.
Dale Carnegie, al ayudar a los hombres y las mujeres de negocios a desarrollar
sus posibilidades latentes, ha creado uno de los movimientos más significativos
en la historia de la educación de los adultos.
LOWELL THOMAS 1936
CURSOS DALE CARNEGIE
CURSO DALE CARNEGIE® DE COMUNICACION EFICAZ Y RELACIONES HUMANAS
Probablemente es el programa más popular que se ha ofrecido con el objeto de
fomentar una mejor relación entre las personas. Este curso está diseñado para
ayudar a desarrollar una mayor seguridad personal, habilidad para llevarse mejor
con otros dentro de la misma familia y en relaciones tanto sociales como de
trabajo, incrementar la capacidad de comunicación de ideas, desarrollar en la
persona una actitud positiva, aumentar el entusiasmo, reducir la tensión, la
angustia y disfrutar de una vida más rica y plena.
No solamente miles de personas se inscriben en este curso cada año, sino que es
utilizado por empresas, agencias gubernamentales y otras organizaciones para
ayudar al desarrollo del potencial de su gente.
CURSO DE VENTAS DALE CARNEGIE®
Este programa, altamente participativo, está diseñado para ayudar a las personas
que actualmente están dedicadas a las ventas o a la administración de ventas a
que sean aun más profesionales y tengan mayor éxito en sus carreras.
Este curso abarca el vital y poco reconocido pero muy esencial elemento de la
motivación del cliente y su aplicación a cualquier producto o servicio que se
venda. Los participantes de este curso experimentan situaciones similares a las
que se les presentan cada día en sus actividades y aprenden a utilizar métodos
de venta motivacional para que de esta manera el porcentaje de cierres de venta
sea aun mayor.
SEMINARIO DE DIRECCIÓN DALE CARNEGIE®
Este programa enfoca los principios de Relaciones Humanas de Dale Carnegie y los
aplica al mundo de los negocios.
Subraya la importancia de los resultados equilibrados alcanzados con el
desarrollo del potencial humano, para asegurar así un crecimiento tanto en la
empresa como en los beneficios a largo plazo.
Los directivos participantes diseñan las descripciones de sus cargos orientados
hacia los resultados y aprenden a estimular la creatividad de su gente, motivar,
delegar y comunicar, así como resolver problemas y tomar decisiones de una
manera sistemática. La aplicación de estos principios en el trabajo diario del
directivo es enfatizada.
Si usted está interesado en saber más acerca de los cursos, dónde y cuándo se
imparten en su comunidad, puede obtener mayor información escribiendo a:
Dale Carnegie & Associates Inc. 1475 Franklin Avenue - Garden City, New York
11530
EXPERIENCIAS PERSONALES EN LA APLICACION DE LOS PRINCIPIOS QUE SE
DESARROLLAN EN ESTE LIBRO
FIN
Este libro fue digitalizado para distribución libre y gratuita a través de la
red
utilizando el software (O.C.R.) “OmniPage Pro Versión 11” y un scanner “Acer
S2W”
Digitalización, Revisión y Edición Electrónica de Hernán.
Rosario - Argentina
29 de Mayo 2003 – 13:01
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