Aunque ninguna preocupación subyuga tanto
el share de la chismografía nacional como el regreso por anticipado del último
divo de la saga torrentiana, Kiko Rivera, Paquirrín (trending topic de Twitter,
mano a mano con el tetazo de Anna Simón), que insensible a las desgracias que
tenemos, resulta que se nos ha vuelto de la isla de Supervivientes porque tiene
gota, enfermedad de Reyes, y se le ha colmado el vaso.
Este país, metáfora traumatológica del Frankenstein fabricado con los remiendos
de Prometeo, del Lazarillo de Tormes y de Maqui Navaja (el último chorizo, el
último poeta), necesita a no más tardar una prótesis de cerebro de calabacín y
unas muletas molonas como las del Rey, con amortiguadores y faros halógenos
capaces de elevar la vista y mirar más allá de sus irreprensibles miserias.
Ni techo de gasto, ni techo de vergüenza.
Políticos manirrotos y rompetechos. Que paguen justos por pecadores tienen la
culpa los justos. Todos a la cárcel. A la memoria de Jorge Berlanga, que estás
en los cielos. Y ya de paso (pues parece ser que la gente de bien se muere de
dos en dos), a la de Jorge Semprún.
Al Tribunal de Cuentas no le cuadran las
cuentas. ¡Pobres! Les faltan medios. ¡Será por funcionarios! Multas a veinte
duros por no llevar al día los asientos del libro de la contabilidad creativa.
Matar mosquitos a misilazos. Mira que si resulta que la culpa la van a tener
ahora los alcaldes pedáneos.
Malos tiempos para la lírica. Me temo que
no es momento para adornos ni florituras, aunque esta primavera bucólica llena
de lágrimas de Cocodrilo Dundee que inundan de laconismo Madrid pida un verso
suelto, pongamos por caso una seguidilla manchega, tercera pata del folclore
ibérico, junto al fandango y la jota. No está el alborotado corral de comedias
de humor para sentarse a escuchar a Apolo tocando la lira, ni su guitarra a José
Luis.
Cuando se descubra lo que hay debajo del
albero del cortijo español (hasta Solchaga se lleva las manos a la cabeza), va a
rugir la marabunta y ni Charlton Heston en plan machote va a ser capaz de
detener la invasión de las hormigas gigantes. The naked jungle va a ser una
broma comparada con lo que se avecina, vecina.
No va a quedar en pie ni el monumento a
Colón, molón y neogótico como las hijísimas, que Gallardón, alcaldón, ha
plantado en el centro de la Castellana como si fuera un pepino de piedra (como
el rostro pétreo de los políticos que abusan de la Visa, tía Felisa), para que
se vea bien desde el balcón de las apariciones electorales de la sede pepera de
Génova, que se ha convertido en un clásico las noches infinitas de orgía
triunfal, allí donde saltan las gogos de La Gaviota como si estuvieran haciendo
contorsiones (como Shakira en su nuevo video-copy montándoselo con la barra) en
la discoteca ibicenca de Pachá.
No hay cojones a levantar las alfombras
persas de comunidades autónomas, diputaciones y ayuntamientos, por más que Rajoy
se haya pegado el moco desafiando al PSOE a un striptease a calzón quitado, o
sea, en bolas de billar. Andando como anda quien esto suscribe sobrado de
imaginación calenturienta, el caso es que no me veo a Mariano, ni a Zapatero, ni
a Alfredo en plan strippers de sexpedida de soltera en plena berrea coital.
Ya puestos a pedir un deseo, prefiero a la
Cospedal, ni mesonera ni masona, sino chica de portada en la revista de El
Imparcial, que no ha podido salir más resultona la moza por más que José Antonio
Sentís le haya intentado buscar las cosquillas y se haya encontrado con una
mantis religiosa insaciable, que no se ha conformado con ver los toros desde la
Barreda y después de montarle un pollo a José María se está planteando montar
una pollería en Toledo, conforme se cruza, a mano derecha, la puerta del
Cambrón.
Como Luis María, pienso que es mejor
ponerse un día colorado que cien amarillo azafrán. Apelar al falso sentido de la
responsabilidad para dar carpetazo a las cuentas, sí que sería un suicidio. Por
eso, que salte al ruedo un instalado como el tal Marcelino Iglesias, tocando la
flauta como Bartolo, llena de babas, y acusando a los de PP de «gamberrismo
político» por marcarse el farol, tiene más narices que Cyrano de Bergerac.
Siendo como es el patriotismo el refugio de
los bribones, cualquiera que cometa el error de enrollarse en la bandera como si
fuera un brazo gitano y recurra al chusquero argumento de la lealtad
institucional para evitar que los auditores se topen con algún muerto en los
cajones, estará perpetrando una indecencia.
Los llamamientos impostados a la
responsabilidad no son más que una coartada infumable con los que sólo se
persigue eludir responsabilidades. Muy al contrario, lo único que puede ir en
menoscabo de la credibilidad de España como país (si es que acaso le queda
todavía algo de crédito), es la ocultación.
Ahora bien, tan inquietante es el siniestro
argumento a la defensiva de quienes, como Agatha Christie, siempre tienen un
cadáver que esconder en la maleta, como una acusación en falso del bocazas de
turno que no vaya acompañada de la correspondiente denuncia en el juzgado.
Los “Hunos” se lo pensarían dos veces antes
de hablar y lanzar infundios sin pruebas, y los “Otros” (los palmeros de Atila)
se abstendrían de aventuras marsupiales si supieran de la existencia de una ley
disuasoria de diputados, senadores, consejeros y alcaldes que les dispensase el
mismo trato que a los administradores de sociedades que se significan por su
mala praxis ¡Manda romana el eufemismo!
Los políticos profesionales que cuando abandonan el poder dejan las arcas
públicas, cueva de Alí Babá, en bancarrota, no tienen otra que responder con sus
bienes por su calamitosa gestión o en su defecto pasar una legislatura a la
sombra de unos barrotes, condenados a galeras, como el personaje central de La
desordenada codicia de los bienes ajenos. A ver si así comprenden por fin que la
pérdida del poder por la “gracia” de las urnas no les exonera de sus
responsabilidades como gestores.
España tatuada (como Guti, que se nos ha
vuelto a enamorar), sigue siendo el país de la picaresca, de pillos, granujas y
mangantes, que cruza el semáforo en rojo cuando no le ve nadie y no hay peligro
de multa. Por eso, sólo con la amenaza del encausamiento se evitaría la ligereza
con la que muchos dilapidan el dinero público, que como dijo aquella ministra
sociata de infausto recuerdo, calva de ideas como su apellido alopécico, no es
de nadie. ¡Carmencita de mi vida y de mi corazón!
Más de uno se abstendría de aventuras
politiqueras si se barruntara de antemano que no hay impunidad que valga ni
vista gorda posible en el traspaso de poderes, pues podría correr la misma
suerte que el ex primer ministro islandés, el tal Haarde, que va a tener que
sentarse en el banquillo para responder de una presunta negligencia grave
perpetrada durante su mandato, y para quien el fiscal solicita su empapelamiento
por violar la ley sobre responsabilidad de los ministros al desoír las
advertencias que recibió sobre la fin del mundo que se avecinada, hacerse el
sordo y silbar como un jilguero.
Cuesta seguir creyendo en esta España en el
hoyo, irremediable como país, y en los españoles como ciudadanos resignados.
Sólo faltaba ahora que se nos deprimiera el ministro de Trabajo, el ex liberado
sindical Gómez, que debe estar llevando muy mal, aunque intente disimularlo con
un decretazo, que sus compañeros de sindicato le hayan desairado de mala manera,
haciendo rima burlesca con su nombre, diciéndole aquello de «¡Valeriano,
Valeriano. Me la agarras con la mano!».